MERCEDES BARRADO TIMÓN | BADAJOZ.
Se exhiben en Badajoz las fotos que Centelles hizo en el campo de concentración de Bram
Las imágenes permanecieron 35 años ocultas en una maleta que conservó una familia francesa
Agustí Centelles era un refugiado más del campo, pero logró narrar su vida cotidiana
El reportaje de Bram le consagró como uno de los grandes fotoperiodistas del mundo
Agustí Centelles y Ossó estuvo internado durante varios meses del año 1939 en el campo de concentración de Bram (Francia) adonde llegó formando parte de la marea de republicanos exiliados de España. Había nacido en Valencia en 1909, pero vivía desde pequeño en Cataluña y era fotógrafo.
Nunca habló voluntariamente de esa experiencia con su familia. Su hijo Sergi recuerda que sí contestaba a las preguntas que le hacían a veces, pero daba la sensación de que no le gustaba recordar. Y eso que el fotógrafo era un hombre amigable, que recibía en su estudio a compañeros de otros días con los que charlaba de su vida en común.
Pero, sorprendentemente, toda la memoria que Centelles poseía de los días de Bram y que había reprimido afloró aquel día de 1976 en que, una vez fallecido Franco, el fotógrafo volvió de Francia con una maleta en la que guardaban más de seis centenares de negativos que mostraban los aspectos más diversos de la vida cotidiana en aquel campo de concentración por el que pasaron más de 18.000 exiliados españoles.
Sergi y su hermano Octavi reconocieron entonces con sorpresa en aquellas fotos a algunos de los viejos compañeros de tertulia de su padre.
«Jamás nos explicó nada de esto -dice Sergi , que se encuentra en Badajoz para supervisar todo lo relativo a la exposición de fotos de su padre que esta mañana se inaugura en la Diputación Provincial de Badajoz-.
Supongo que su experiencia de la profesión y de la guerra le llevó a mantener el silencio y a procurar protegernos a los hijos para que no entráramos en berengenales políticos». La aparición de las fotos del campo de Bram confirmó la importancia del trabajo de este informador en torno a los hechos de la guerra civil española. De él eran ya conocidas muchas imágenes de la guerra en Cataluña pero, cuando Centelles no pudo obtener el pasaje que le había prometido para exiliarse a Méjico, tuvo que volver a una España en la que fue inhabilitado para seguir trabajando como periodista y se ganó la vida haciendo fotos industriales.
El reportaje de Bram demostró sin embargo que aquel conjunto de imágenes estaban a la altura de las captadas por los mejores fotógrafos, nacionales y extranjeros, que habían trabajado en esos años en nuestro país y concedió a Agustí Centelles un puesto entre los grandes fotoperiodistas de la historia.
«Aquí está relatada la vida de lo que los franceses llamaban un refugiado -dice Sergi Centelles-,
que en realidad era un prisionero de guerra porque el campo estaba rodeado de alambradas y vigilado por gente con armas, senegaleses primero y vietnamitas después, y del que no se podía ni entrar ni salir ni tan siquiera pasar de una calle a otra del campo sin una autorización especial». A ese recinto se incorporó Agustí Centelles con una maleta en la que llevaba su cámara favorita y que no le fue requisada porque el guardia que le registró se mostró impresionado por su título de periodista internacional redactado en francés que portaba el fotógrafo. A partir de entonces, su ingenio y su pericia técnica se aliaron para permitirle conseguir una de las mejores obras hechas por un fotógrafo del siglo XX.
Agustí Centelles logró mantener buena relación con algunos guardianes del campo a los que hacía retratos personales y, además, se dedicó en cuerpo y alma a testimoniar en imágenes el desarrollo de la vida cotidiana de Bram. Sergi Centelles no duda en afirmar que los republicanos españoles fueron tratados como «una escoria».
«Mi padre explicó en un diario que llevaba en el campo de concentración las vivencias, los sentimientos y, sobre todo, la frustración tanto profesional como personal por el trato que recibieron los internos», manifiesta Sergi.
Las fotos muestran a hombres enfermos apenas tapados por una simple manta y a otros, medio desnudos, que aún encuentran fuerzas para reír a la cámara. En las imágenes hay alambradas, pero se imponen sobre todo los detalles de la vida diaria del campo como las dificultades del aseo o la estrechez de los huecos hechos con maderas donde los refugiados dormían de dos en dos.
«Los sábados y los domingos, el Ayuntamiento de Bram permitía, previo pago de cinco francos, ir a ver a los refugiados españoles como si se tratara de un zoo», lamenta el hijo de Centelles.
También hay fotos de hombres obligados a utilizar letrinas colectivas instaladas a la intemperie.
«Un avispado terrateniente francés llegó aun acuerdo con el jefe del campo para recoger los detritus de las 18.000 personas y con ellos abonaba sus campos y hacía el gran negocio» -añade.
La exposición instalada en Badajoz muestra no sólo las fotos de Bram, sino que también reproduce el pequeño entramado de madera que le servía de 'dormitorio' a él y otro interno y que Centelles acondicionó para revelar allí sus fotos aprovechando una de sus máquinas y la luz que conducía por un agujero hecho en el entramado de carpintería. El hijo de Agustí entelles destaca la calidad de «testigo de la historia» que tiene la figura de su padre porque sus fotos son el único testimonio existente de los campos de refugiados franceses. Se da la paradoja de que Centelles fotografió la celebración de la Fiesta Nacional Francesa en el campo y que aquellas imágenes sirvieron para que Bram fuera declarado «campo modelo francés».
Las fotos de la vida de los refugiados se fueron amontonando en aquella maleta que a Centelles le servía de almohada y que entre todos los que estaban en el secreto trataron de proteger en lo posible. Cuando Centelles salió del campo, entregó aquel tesoro en imágenes a una familia de campesinos franceses que fueron pasándose de abuelos a padres y nietos la consigna de que la maleta sólo podría devolverse al fotógrafo en persona cuando pasara a recogerla. Y cumplieron su promesa. El nieto cuenta que la familia sabía que Agustín Centelles seguía bien cuando, a falta de poder comunicarse por carta, todos los años por Navidad les llegaban unos turrones que significaban que su acuerdo seguía en pie.
Sergi y Octavi, que depositaron el año pasado el legado de su padre en el Centro de la Memoria Histórica de Salamanca tras su adquisición por el Ministerio de Cultura, creen que adoptaron la mejor decisión para que sea conocido por todo el mundo. Y siguen batallando para evitar el uso arbitrario de sus fotos, como en el caso de la que muestra a una mujer que llora ante el cadáver bombardeado de su marido en Lérida y que ha sido utilizada, modificada y sin datación, en una edición de gran número de ejemplares de un grupo religioso.