jueves, 10 de junio de 2010

El guardia de asalto se llamaba MARIANO VITINI.

Una carta de ANA ROJAS VITINI :
El comentario que corresponde a las fotografías de Centelles del 19 de julio en Barcelona tiene un error: El guardia de asalto que aparece solo en una esquina empuñando un arma no es Ramón Baucel, como dice el texto sino Mariano Vitini, el mismo que está en la foto en primer plano sobre el caballo muerto. Me consta, entre otras cosas porque era mi abuelo.
Los Vitini:
JAVIER CERCAS - EL PAÍS | Cataluña - 17-07-2001
(C) 2010 Agustí Centelles i Ossó
Hereus de Agustí Centelles i Ossó
VEGAP / Centro Documental de la Memoria Histórica, Salamanca
Todos los derechos reservados
Todos ustedes han visto mil veces esa fotografía de tres guardias de asalto defendiendo la legalidad republicana en las calles de Barcelona: la tomó Centelles el 19 de julio de 1936. Lo que casi nadie sabe, en cambio, es que el guardia que apoya su peso en el caballo muerto se llama Vitini, Mariano Vitini. Quien sí lo sabe es Manuela, su hija, una mujer madura, revoltosa y pelirroja con quien estoy tomando café en el bar del Avenida Palace, en Gran Via. Manuela me ha traído fotografías, recortes de periódico, diplomas, documentos: la memoria trunca de la familia. Le pregunto por su padre. ’Murió en el 83’, dice. ’Pero nunca hablaba de la guerra’. La familia era de Asturias, y él vino a Cataluña durante la República. Manuela sabe vagamente que, además de en Barcelona, durante la guerra peleó en Valencia y en la Ciudad Universitaria de Madrid. También sabe que al terminar pudo quedarse aquí sin demasiados problemas, que llevó una vida silenciosa y amedrentada, que sin demasiados problemas sacó adelante a su familia. ’Era un hombre de orden’, dice Manuela, un poco burlona, acordándose de las broncas que en la década de 1970 le pegaba su padre por meterse en política, y acordándose también de que cuando ella le replicaba con el recuerdo épico de la fotografía de su juventud, él invariablemente contestaba: ’Eso no tiene ningún mérito. Los buenos están muertos’.

Los buenos eran sus hermanos: Luis y José. La peripecia bélica de Luis, el más pequeño, sólo puede reconstruirse de forma fragmentaria con los papeles de Manuela (Luis hizo la guerra con los republicanos desde el principio, al final huyó a Francia, entró en la resistencia y llegó a ser comandante de las Forces Françaises de L’Interieur, regresó clandestinamente a España en julio de 1944 y se integró en los maquis; al mes fue detenido en Barcelona: lo fusilaron en el Camp de la Bota en la madrugada del 14 de septiembre de 1944). La aventura de José es similar, sólo que respecto a ella los papeles de Manuela son más precisos; además, acaba de relatarla con minucia Andrés Trapiello en La noche de los cuatro caminos. Paso a resumirla: José Vitini tenía 23 años cuando estalló la guerra; militaba en el PCE y, como Mariano, era guardia de asalto. Peleó en diversos frentes del sector centro y alcanzó el grado de comandante. Al acabar la guerra huyó por Cataluña a Francia, estuvo internado en los campos de Argelès y Septfonds, a inicios de la dácada de 1940 se sumó a la resistencia contra los nazis y, con el grado de teniente coronel y al mando de la 168 División de las FFI, tomó parte en la liberación de la región del Tarn y del Aveyron, y en la de las ciudades de Albi, Rodez, Carmaux, Décazeville, Villefranche de Rouerge y Lourdes. Derrotados los nazis, como otros muchos españoles Vitini creyó que los aliados no permitirían que el último dictador fascista de Europa siguiera en el poder, así que se aprestó a prepararles el terreno: dejó en Francia a su mujer y a su hija y regresó a la España de Franco para impulsar la resistencia. Aquí el rastro de Vitini se vuelve confuso. Sabemos que entró en el país en diciembre de 1944, que se refugió fugazmente en casa de Mariano, que llegó a Madrid el 15 de enero de 1945. En la capital organizó el primer núcleo urbano de maquis, que el 26 del mes siguiente atentó contra una subdelegación de Falange: murieron dos falangistas. El eco del atentado fue mayor del previsto, y al poco empezaron a caer colaboradores de Vitini; el propio Vitini no tardó en hacerlo, delatado por uno de los suyos. Lo interrogaron en la Dirección General de Seguridad, pero la paliza de muerte que le pegaron no consiguió que abriera la boca; todavía incrédulo, Carlos Conejo, que a la sazón estaba detenido allí, recuerda que, cuando bajaron a Vitini ensangrentado y a rastras a los calabozos, le oyó gritar: ’¡Ánimo, compañeros! ¡En momentos como estos hay que cantar La internacional!’. Vitini cantó La Internacional. Días después fue a visitarlo la mujer de Mariano; José le dijo que se fuera: ’Ya no hay nada que hacer aquí’, le dijo, y le entregó lo único que le quedaba: el reloj de su madre. Por supuesto, Vitini tenía razón: en Francia hubo mítines, manifestaciones, campañas de prensa y manifiestos de intelectuales pidiendo el perdón para él; no hubo perdón: fue juzgado, condenado a muerte y fusilado con un puñado de compañeros al amanecer del 28 de abril. Omito el relato que algunos testigos hacen de sus últimas horas; diré que su firma figura junto a su sentencia de muerte, y que es grande.
En el bar del Avenida Palace miramos con Manuela fotos de su padre, de Luis y de José, desfilando en Tarves con su uniforme de teniente coronel de las FFI; también carteles y sellos franceses con su nombre y su cara. Y dos diplomas idénticos; traduzco uno del francés: ’A M. José Vitini (muerto por la libertad), que ha servido con bravura en las filas de las FFI en calidad de teniente coronel durante la guerra de liberación nacional. Tiene derecho al reconocimiento de la patria liberada’. ’Tiene gracia’, dice Manuela. ’En Francia es un héroe; aquí sigue siendo un delincuente’. Le pregunto si vive la hija de José. ’Creo que sí’, dice. ’Cerca de Toulouse. Pero no la he visto nunca: sólo sé que no habla una palabra de español’. Salimos a la Gran Via y Manuela insiste en acompañarme a la estación. No hablamos. ’Por cierto’, le digo, justo antes de tomar el tren. ’¿Qué fue del reloj?’. ’Me lo dio mi madre antes de morir’, me dice. ’Lo perdí en una mudanza’.

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